Little Miss Sunshine - Columna de Cine

La primera vez que vi “Pequeña Miss Sunshine” fue para evadir un problema. Era un día triste y esa noche iba a estar sola en casa. Necesitaba una historia que me transportara a otro lado. En la librería donde trabajo había visto un libro: “50 películas para ser feliz” (2016-Leonardo D´espósito).  En la tapa había una ilustración de “Pequeña miss sunshine”. Generalmente desconfío de los libros que te brindan la receta de la felicidad, como si fuera lo mismo que hacer un bizcochuelo, pero le conté a mi amiga Magalí y me dijo: 


                —Es genial, te vas a olvidar de todo por un rato.

                Entonces compré un cuarto de helado, llegué a casa y puse la película.


      La primera imagen es un primerísimo primer plano de los ojos de la pequeña Olive mirando la coronación de una miss universo. En sus lentes vemos el reflejo del televisor donde la coronada llora de felicidad. En su expresión se nota el anhelo que Olive tiene por ese momento, por ese sueño. Sueño que la película se encargará de derribar por completo. En toda road movie lo importante no es el destino sino el viaje.

       El viaje consiste en ir desde Alburquerque hasta Los Ángeles, dónde Olive competirá en un concurso de belleza para convertirse en Pequeña Miss Sunshine. No importa que la distancia sea corta o larga, nuestros protagonistas están en desventaja desde el comienzo. Siempre están en desventaja en las road movies, sea porque van a un terreno hostil (Easy Rider), porque los persiguen (Thelma y Louise) o por su propia condición física (Una historia sencilla). En este caso es porque se trata una familia que ni siquiera puede tener un almuerzo en paz y deberán viajar juntos durante dos días, compartiendo el mismo espacio en una Minivan, para llegar a un concurso en el que Olive claramente no tiene muchas chances de ganar. 

      La familia está compuesta por un hermoso grupo de personajes: Richard, el padre obsesionado con ser un ganador, que no logra publicar su libro. Sheryl, la madre estresada que intenta mantener a todos unidos y literalmente es el único sostén de la casa. Edwin, el abuelo al que echaron del asilo de ancianos por drogadicto. Dwayne, el hijo que no habla, odia a todos y quiere ser piloto de avión. Frank, el tío académico y suicida. Y, por supuesto, la encantadora Olive.

Dwayne le da la bienvenida a Frank en la forma más apropiada para la situación en la que se encuentran:


“Bienvenido al infierno”

    Todos están, en cierta forma, perdidos o centrados en sus propias metas aislados del grupo familiar. Y es algo que se refleja perfectamente en las primeras dos secuencias de la película. Primero cada uno de los seis personaje es presentado individualmente en su propio universo de ideas y con su propia historia. Luego, en el almuerzo familiar, la escena está perfectamente diagramada para seguir demostrando esa separación aún dentro del mismo espacio, los propios reencuadres dentro del cuadro muestran cómo cada uno es su propia isla. La vestimentas de cada uno también acompañan esta segmentación, pero dividiendo en pares. Frank y Dwayne ambos de blanco en total estado de apatía. Richard y Sheryl, los líderes vistiendo los mismos colores pero sentados en extremos opuestos de la mesa denotando la distancia que hay entre ellos. Y los dos personajes que rompen con esta uniformidad de colores son el abuelo con su camisa floreada y Olive que está de rojo. Para el final de la película todos los personaje tendrán alguna tonalidad o rastro de rojo, porque es por Olive por quien todos deberán unirse en el viaje.

            Otro color que estará presente en toda la película, y será también el color de la familia, es el amarillo. Amarillo color Simpson, que está por toda la casa pero principalmente en la combi en la que viajan. En las road movies el transporte que usan los protagonistas siempre es importante, el vehículo representa una extensión de los personajes, ya sea la moto (La Poderosa) del Che en Diarios de Motocicleta, el Interceptor de Mad Max o la camioneta en forma de perro de Tonto y Re Tonto. Cada uno de estos vehículos resume la estética y la idea central de cada película. La Poderosa es una motocicleta militar usada por dos doctores, el Interceptor es un auto convertido en caballo de guerra y la camioneta-perro de Loyd y Harry simplemente representa lo delirante de esos dos personajes. En este caso, la combi en la que viajan es un trasto viejo que funciona bastante mal, como la familia, pero aún funcionando mal tiene cierto encanto. Esas combis eran el transporte típico de los hippies en los 60, ahora este ícono de la contracultura es usado por una familia media estadounidense para llegar a un concurso de belleza, un evento totalmente mainstream. Y gracias a la camioneta empieza a verse la transformación del grupo, al romperse esta, todos se ven obligados a empujarla por la ruta para hacerla arrancar. Es el primer momento en el que todos deben colaborar para un fin en común, y lo logran en una de las escenas más icónicas de la película, de hecho, se logra ver el entusiasmo de todos los personajes que por primera vez están haciendo algo juntos. A partir de ese momento empujar la camioneta se convertirá en el rito familiar obligatorio para poder seguir su camino.

            De todos los personajes, el único que demuestra tener algo de “entendimiento sobre la vida” es el abuelo. Este señor drogadicto, sexista y malhablado, que entrena a su nieta para que haga una polémica coreografría de baile, inesperadamente nos da las líneas que mejor resumen la idea central de la película:

“Cojete a un montón mujeres, Dwayne. No sólo a una sino a un montón”

            Ok, tal vez no sea la frase más elocuente del mundo, pero a partir de eso se desencadena una escena en la que el abuelo demuestra la esencia de lo que los demás carecen. Él habla libremente sobre disfrutar de las cosas y vivir despreocupadamente, él es él mismo sin dejarse callar por su propio hijo, a quien sarcásticamente llama Sr. Feliz. El abuelo no siente ningún tipo de temor a ser juzgado por sus dichos o sus acciones. Y eso es precisamente a lo que se van a enfrentar cuando lleguen al concurso de belleza, dónde se dirigen a ser directamente juzgados por otros, quienes determinarán si son ganadores o perdedores. La pesadilla de Richard. Y Olive viaja condicionada por su padre quien le dice que este viaje sólo tendrá sentido si ella gana, esa presión la atormenta, por lo cual el abuelo la consolará con la frase que sí es la verdadera esencia de la película:

“ Un verdadero perdedor, es alguien que tiene tanto miedo de no ganar que
ni siquiera lo intenta”

            La película rompe con todas las certezas que cada uno de los personajes tiene. El hermano de Ollie es un fanático de Nietzsche, se puede ver un guiño interesante  porque en esta historia “Dios ha muerto”.  Todo lo que era tan seguro para los protagonistas se derrumba.  Los personajes se enfrentan a sus fracasos a lo largo del viaje. Dwayne descubre que es daltónico por ende nunca va a poder ser piloto, Frank revive su fracaso tanto amoroso como académico y Richard ve cómo se cae la publicación de su libro, 9 Pasos para el Triunfo. Se ve que ni él mismo puede seguir esos nueve pasos. Todos están tan abatidos que hasta parece que no van a llegar a destino, hasta el abuelo de Ollie muere en el camino (muerte del padre, símbolo de la destrucción de todas las certezas)  El Dios del dinero, del reconocimiento, de las sustancias, del amor. Todos esos dioses se van muriendo en el desarrollo del film hasta llegar a uno de los puntos más importantes “son todos unos perdedores” les grita el hermano de Ollie cuando rompe su silencio. Pero esa combi amarilla, cuyo claxon no para de sonar y que no puede bajar su velocidad, cruza en contra mano, rompe barreras y cadenas para llegar, con la puerta rota, pero llegar finalmente. Porque a esta familia solo le queda una cosa que tiene que salir bien y se aferran a ese propósito, Ollie tiene que llegar al certamen.


            Luego de que los sueños de que todos los personajes se hayan caído a pedazos, solo queda ver fracasar a Olive. Pero eso ya no importa en ese momento, en medio del concurso de belleza donde todo es superficial y en cierta forma perverso, Olive es la única concursante que es auténtica. Ella y toda su familia, con todos sus fracasos a cuestas, están dispuestos a demostrarles a todos lo que es ser verdaderamente especial. Al ritmo de Super Freak de Rick James, Olive comienza a hacer un strip tease en la pasarela escandalizando a la audiencia y poniendo en evidencia la hipocresía de todo el concurso. Cuando una miembro del jurado le reclama a Richard por el comportamiento de su hija en el escenario, él simplemente dice:

“Les está partiendo el trasero”

            Por supuesto, al final ninguno de ellos consigue lo que quería, pero logran algo más. Ese individualismo que tenían al comienzo se ve abandonado por ese baile carnavalesco que hacen juntos en el escenario. En esa secuencia, la película llega al punto máximo de belleza, quizá toda la historia fue escrita para mostrar este baile de los desencantados.  Se enfrentan a la ley, se enfrentan al ridículo, se enfrentan a fracasar pero lo hacen juntos. Finalmente volvemos a tener un reencuadre cuando la familia empaca en la combi para volver a casa, pero esta vez están todos juntos en el mismo cuadro. La puerta fue reparada pero la combi sigue teniendo defectos, como toda familia, así que tienen vuelven a empujar juntos, rompen otra barrera y emprenden el viaje de regreso. Y la imagen final de la película es la minivan atravesando la ruta yendo al horizonte hacia un rojo atardecer.
            Esa noche, la primera vez que vi “Pequeña miss sunshine”, lloré durante la escena del baile. No era la misma tristeza que cargaba cuando busqué una película para evadirme.  Lloré porque cuando algo es muy hermoso emociona. Como cuando uno se encuentra después de perderse, cuando todo vuelve a tener sentido, cuando mirás las estrellas y están ahí otra vez. Busqué una película para perderme, para hacer un viaje a un lugar menos doloroso y me encontré con un Dios muerto y lloré mirando a unos fracasados bailando, feliz de que todavía tengo la capacidad de emocionarme con esas cosas.
               
Reseña por Nuria Rodríguez y Carlos Segura


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