Easy Rider - Columna de Cine
Billy (Dennis Hopper) y Wyatt (Peter Fonda) quieren cruzar el sur de Norteamérica en moto para llegar al carnaval de Nueva Orleans. Tienen una gran cantidad de dinero escondido en el tanque de nafta de una de las motos, plata que consiguieron vendiendo cocaína.
No sabemos nada de la vida de los personajes antes de su viaje. No hay ningún flashback que nos indique algo de sus pasados. La película es el viaje. Y el viaje, son varias formas de viaje. Es un viaje de la costa oeste a la costa este. Es un viaje sociocultural. Es un viaje musical. Es un viaje de drogas. Es un viaje en el tiempo. Es el viaje del nuevo tipo de cine que surgió con esta película.
Lo primero que gratifica son los planos de las carreteras interminables y los paisajes. Billy y Wyatt van en sus motos sin casco, el viento los despeina y el sol les ilumina la cara. El espectador siente esa satisfacción, esa libertad. Toda la película se trata sobre la libertad. Sobre una libertad distinta a la establecida. Las motos son el símbolo de la libertad, y ellos son el mejor ejemplo del “espíritu libre”, el mejor tipo de libertad al que se podía aspirar a llegar en ese entonces en Estados Unidos. Esta libertad, implicaba experimentar, rebelarse. Implicaba ir en contra de la norma, vestirse de manera llamativa y no cortarse el pelo.
En el montaje y el guión de la película se puede ver esa rebeldía y necesidad de experimentar. A veces los fotogramas se adelantan a las escenas que están por venir y los diálogos son solo ruidos o derivativos. No es experimentación sinsentido, el juego con el tiempo es a conciencia. Antes de empezar el viaje, Wyatt lanza su reloj al suelo, se libera de las ataduras del tiempo, aunque en el transcurso del viaje nos daremos cuenta de que esto es imposible. Así como los fotogramas se adelantan a lo que está por venir, el tiempo también persigue a Wyatt y a Billy, porque a fines de la década del 60 el tiempo se les acaba a los tipos como ellos.
Cuando quieren parar en algún hotel para pasar la noche les niegan la entrada, entonces ellos arman una fogata, fuman marihuana y duermen a la intemperie. Esto se repite casi todas las noches. Su refugio es a cielo abierto, y no adentro de un lugar. No sabemos de dónde vienen pero sabemos que son libres, las motos son un símbolo de dicha libertad, de una libertad distinta a la establecida.
Se encuentran con unos vaqueros. Wyatt debe reparar una rueda de su moto y un ranchero le deja hacerlo en su establo. Al pedir permiso para arreglar la rueda, el motor de la motocicleta altera a un caballo. El ranchero y su amigo miran con cierto desdén a los motoqueros, pero aún así les permiten pasar y los invitan a comer. En el mismo cuadro que vemos a los jinetes cambiar la herradura del caballo, de fondo vemos a los motoqueros reparar la rueda de la moto. Los jinetes del pasado deben dar lugar a los jinetes del futuro. Durante el almuerzo, Wyatt dice al anfitrión “…hace lo que quiere cuando quiere, debería estar orgulloso”. Lo que se pensó como libertad se ve amenazado por una nueva forma de ser libre. Ya en esta primera parada nos vamos acercando a la motivación de la película.
En esa época, Estados Unidos estaba sumamente dividido. Plena guerra de Vietnam. Las protestas sociales y estudiantiles afloraban, junto con el crecimiento de las comunidades hippies. La contracultura y los conservadores estaban cada vez más reactivos. Esta enorme grieta se refleja en cada personaje que conocen y cada ciudad a la que llegan. En medio de su estadía en una comuna hippie uno de los personajes lee:
“Comenzar trae infortunio. La perseverancia trae peligro.
No todas las exigencias de cambio en el orden existente, deben concederse.
Por otro lado las quejas repetidas y bien fundadas deberán tener una audiencia”
Casi como en un carácter premonitorio y autoconsciente, se plantea que la contracultura no tiene futuro en la sociedad norteamericana. Pero también queda claro que los protagonistas no se alinean precisamente con los hippies. Mientras Wyatt los trata con respeto, Billy es maltratado y burlado por la mayoría de la comuna. Porque esta película no es sólo sobre los hippies y la contracultura, no es solamente sobre el conservadurismo que impera en el interior del país, no es sólo una película sobre drogas, es una película sobre todo Estados Unidos.
Llegando a la mitad de la película, por un malentendido Billy y Wyatt caen presos y en la celda conocen al mejor personaje de la película, al genio, al único, Jack Nicholson, interpretando a George Hanson, un joven abogado rebelde y borracho que se unirá al viaje. La entrada de este personaje es fundamental. Al salir de la comisaría abre su primera botella del día e introduce una cita a modo de brindis “…Por el viejo D.H.Lawrence…”, un escritor británico cuya literatura reflexionaba sobre los efectos deshumanizadores de la modernidad y la industrialización. Fue censurado y pasó la mayor parte de su vida en un exilio voluntario viajando junto a su esposa. Esta huida fue llamada por Lawrence “Peregrinación salvaje”.
George dice que los extraterrestres son seres más avanzados y cuentan con información que no pueden plantear a la raza humana porque “… sería una terrible sacudida para nuestros anticuados sistemas…”. Uno podría pensar que lo que dice es producto de estar probando por primera vez marihuana pero eso es justamente lo que les viene pasando a los personajes durante el camino. Para el granjero, los dueños de los hoteles, los policías, los campesinos, ellos son una amenaza al orden ya establecido en sus pequeñas sociedades. George expresa un atisbo de esperanza para cuando los extraterrestres se develen ante la sociedad:
“Por primera vez, el hombre tendrá el poder sobre su propio destino.
Tendrá la oportunidad de trascender y evolucionar con igualdad para todos…”
La película es un in crescendo, un viaje hacia la fatalidad y el destino de los personajes.
Llegando a la que es mi escena favorita, los tres viajantes se sientan a la mesa de un pequeño restaurant de pueblo. Ni bien entran, todo se ve alterado. El alguacil y los hombres que están comiendo allí los miran con desprecio mientras que las jóvenes adolescentes están fascinadas con su llegada. La tensión se palpa en el aire, la juventud se fascina por lo nuevo y desconocido, mientras que los viejos reaccionan con enojo y desprecio. Casi como un resumen de lo que sucedía en muchos países en esa época, por dejarse crecer un poco el cabello un hombre podía ser atacado, la violencia de los cobardes que temen a lo nuevo. A raíz de esto el personaje de Jack Nicholson nos entregaría las líneas que mejor resumen el tema principal de este viaje:
“No vayas a decirle a nadie que no es libre porque son capaces de matarte o lastimarte para probarte que sí lo son.
Te hablarán y te hablarán, de libertad individual.
Pero si ven a un individuo libre, se asustan”
El momento de quiebre llega cuando un grupo de lugareños los golpean mientras duermen, y la intemperie deja de ser un lugar seguro. Siguen su viaje pero ya no con alegría, sino con pesar, como si supieran que su destino es oscuro. Como si el nudo de a poco se fuera cerrando sobre sus cuellos.
El último lugar que visitan es un cementerio, dónde tienen el viaje de ácido. El tan esperado festival al que querían llegar se ve reducido a un mal viaje de drogas. Los protagonistas llegaron a destino y planean retirarse a vivir en Florida pero la tensión de las experiencias que atravesaron para llegar hasta allí los lleva a la conclusión de que todo fue un mal viaje, en una tierra poblada de personajes perdidos. La película nos despide con un escopetazo en el pecho, acorde para el final de esa década y dejándonos apenas un rastro de cómo era ser libres.
Y 50 años después a miles de kilómetros de distancia ¿Cómo podemos sentir algún tipo de cercanía con esta película? Hay contradicciones, muerte de las utopías y, sobre todo, un crudo realismo. Estos días encontraron el cuerpo sin vida de Cecilia, una chica que viajaba de mochilera y estaba escribiendo su libro sobre viajes. Otra víctima de los que se asustan de las almas libres. Siguen sin cumplirse las palabras de George “…el hombre tendrá el poder sobre su propio destino. Tendrá la oportunidad de trascender y evolucionar con igualdad para todos…”. Seguimos sin saber lo que es la libertad.
Pocos meses después del estreno de Busco Mi Destino se darían a conocer los crímenes del Clan Manson, que sería el último clavo en el ataúd de la contracultura. Desencantados con la realidad que atravesaba el país, toda una generación de cineastas nos darían en la década del 70 lo mejor que se puede hacer con un arte: catarsis. Catarsis de una nación en crisis tratando de encontrar su camino.
Así fue cómo entendí por qué ésta fue una las naves insignia del nuevo Hollywood. Se habían acabado las películas de vaqueros. Había arribado una nueva forma de filmar. Nuevas historias, nuevos realizadores. Esta película fue filmada con un presupuesto mínimo, en locaciones reales, con escasa iluminación y escaso equipo técnico pero con gran talento y creatividad. Los estudios estaban en bancarrota así que llegó la hora de que jóvenes independientes que no se callaban nada, salieran a contar sus historias. Toda una generación, que creció mamando los grandes clásicos de Hollywood, ahora se encontraba con cámaras en la mano para filmar, con un panorama totalmente distinto. En Europa, los franceses y los italianos les habían demostrado que se podía filmar con bajos recursos, que se podía experimentar con el montaje, que se podía usar actores no conocidos, que se podía filmar fuera de los estudios, en calles reales y que se podían contar historias que se atrevan a subvertir el orden. Buscando Mi Destino tomó todo esto y lo usó ¿Cómo no sentirse inspirado al ver que una película de bajo presupuesto, hecha por novatos, sea tan incisiva y refleje tan bien la realidad de un país en plena crisis de identidad? De esta generación de novatos tendríamos las primeras películas de Coppola, De Palma, Scorsese, Spielberg, Friedkin y otros. Los que hoy son maestros del cine alguna vez fueron jóvenes perdidos buscando su destino como Billy y Wyatt, y como todos nosotros.
Reseña por Nuria Rodríguez y Carlos Segura
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