"Fue un gusto hacer contacto": Crónicas - Parte 3

MAMÁ


        Mamá había sido interceptada por un hombre muy atractivo.

        Mientras lavaba los platos, se le apareció alguien por la ventana de la cocina, que daba al campo. La mujer levantó la vista y vio unos ojos muy verdes.

        Después vio los hombros y los brazos. Atléticos.

        Después, el tipo entró por la ventana, y ella pudo ver los músculos.

        Después vio las calzas y se le ocurrió que estaría bien dotado (en efecto, la curva que se dibujaba en la reducida prenda era exagerada). También le echó un vistazo a sus piernas.

        El hombre ni siquiera intentó coquetear con ella, le preguntó "¿Te sacás la ropa acá o afuera?". La mujer estaba enamorada de su esposo y adoraba a su hijo de cinco años. Para ella, era inconcebible ser infiel, sobre todo en una situación tan extraña. Le habían enseñado a  idolatrar su compromiso. Consideraba a su matrimonio un orgullo compartido con su marido.

        Sin embargo, el hombre tenía algo que no podía pasarse como si nada. Algó más fuerte que los valores, más fuerte que la voluntad débil de una humana enamorada. Entonces, él le clavó la mirada y los ojos se le volvieron fosforescentes. Mamá sintió que hervía por dentro. No podía resistirse al impulso de besarlo y tocar sus músculos. Era la derrota de lo más valioso de la especie humana.

        La excitación era tal que se abalanzó sobre el hombre. El hombre de ojos fosforescentes, la llevó en brazos a través de la ventana sin ningún tipo de esfuerzo. Apuntaron para al establo.

        A la mujer le salía espuma por la boca de tanto retener las ganas. El tipo la tiró sobre la paja y se sacó los pantalones. La mujer abrió los ojos.

        Tuvieron sexo desenfrenadamente.

        La satisfacción era impresionante. Ella quería más. Le dijo:

—Llevame a tu casa.

—Es muy lejos.


Lo que sea, a una habitación. Quiero repetir esto hasta partirme en dos. —El hombre la miró un rato largo. Parecía firme y dispuesto. Ella sólo quería más. Se impacientó— ¿No tenés auto?

—Tengo una nave.

—Eso está más que bien.

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