"Fue un gusto hacer contacto" Crónicas - Parte 6
RETIRE TODO EL DINERO
Primero fue la rutina, y luego se disparó el día en la ciudad. Los cafés se llenaron de clientes vestidos de ejecutivos, los hombres en los puestos de diarios charlaron con los repartidores, los camiones de proveedores se detuvieron frente a los kioscos y a los almacenes, provocaron embotellamientos desagradables.
Algunos se detenían frente al espectáculo de piernas que pasaba bajo las faldas de las mujeres, y es que hacía tanto calor. La transpiración pegaba las camisas y la ropa interior al cuerpo. La gente iba con caras largas y agotadas por un clima tropical que no detenía el automatizado transcurrir del trabajo (la producción de dinero). Los perros jadeaban, los ceños se fruncían a la luz del reflejo solar, las fragancias se combinaban con el pavimento caliente y el sudor de aquellos que habían confundido la formalidad con la incomodidad.
Entre esa jungla, un hombre se paseaba en calzoncillos. Las mujeres se tocaban las piernas. No podían evitar mirarlo. Era hermoso. Una de ellas, rendida, se acercó a él para pedirle el número o algo. El hombre mostró ser más suelto en el tema, y la besó directamente en los labios, antes de que ella pudiera pronunciar palabra. Se desnudó en medio de la calle. La gente sentía miedo, extrañeza. También alivio, porque por fin algo estaba sucediendo.
Nada iba a ser igual, eso estaba claro. Una sombra apareció sobre el centro de la ciudad. Una máquina gigante flotaba sobre la gente normal, que ya iba olvidándose por aquel día de los libros de contabilidad y de los fallos y de los papeles y del dinero (bueno, quizás del dinero no). Los extraterrestres habían llegado y saltaron desde la nave.
Luego de tener relaciones sexuales con varias mujeres, víctimas de la excitación provocada por alguna feromona que disparaban esos seres de otro planeta, secuestraron a una de ellas y le preguntaron "¿Dónde podemos conseguir dólares?". La mujer respondió entrecortada mientras terminaba de tener un orgasmo:
—El banco central —y señaló hacia la calle diagonal. Los extraterrestres dijeron "Gracias", porque lo habían aprendido en algún libro, pero luego la desintegraron, porque ya no les servía. Se dirigieron al banco y sacaron número.
A los minutos los llamaron y uno fue a sentarse frente a un escritorio. Del otro lado, una mujer.
—Hola. Eh, ¿en qué puedo ayudarlo? —preguntó.
—Quisiera retirar la mayor suma de dólares posible.
— ¿Tiene usted una cuenta, una caja de ahorro? —preguntó ella. El extraterrestre percibía claras micro-expresiones, tendientes al apareamiento.
—No tengo.
—Entonces no hay manera.
— ¿Tienen dólares aquí?
—Claro, es un banco.
—Entonces retiro todo lo que tengan en el edificio.
— ¡Dios! —exclamó la mujer— ¿Es esto un asalto?
—No lo sé... Si lo fuera, ¿conseguiría el dinero? Estoy dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguirlo. Nos va la vida en ello —aclaró el hombre y señaló a todos los tipos que eran iguales a él.
La mujer se emocionó con lo sugerente de la frase. Una gota de sudor le cayó por la sien. La confusión y el miedo de tener a 20 clones asaltándola eran demasiado, incluso para una fantasía sexual. El hombre no quería perder tiempo, preguntó:
— ¿Usted sabe dónde está el dinero?
—Bueno, no exactamente... —dijo ella. Descartaron a la mujer haciendo harto uso de su poder desintegrador. Iniciaron una exhaustiva inspección del lugar, destrozando paredes y asesinando gente que chillaba de terror. Finalmente dieron con el dinero y, mientras cinco de ellos iban de cuerpo ahí mismo, los otros cargaron el dinero a la nave.
Algunos se detenían frente al espectáculo de piernas que pasaba bajo las faldas de las mujeres, y es que hacía tanto calor. La transpiración pegaba las camisas y la ropa interior al cuerpo. La gente iba con caras largas y agotadas por un clima tropical que no detenía el automatizado transcurrir del trabajo (la producción de dinero). Los perros jadeaban, los ceños se fruncían a la luz del reflejo solar, las fragancias se combinaban con el pavimento caliente y el sudor de aquellos que habían confundido la formalidad con la incomodidad.
Entre esa jungla, un hombre se paseaba en calzoncillos. Las mujeres se tocaban las piernas. No podían evitar mirarlo. Era hermoso. Una de ellas, rendida, se acercó a él para pedirle el número o algo. El hombre mostró ser más suelto en el tema, y la besó directamente en los labios, antes de que ella pudiera pronunciar palabra. Se desnudó en medio de la calle. La gente sentía miedo, extrañeza. También alivio, porque por fin algo estaba sucediendo.
Nada iba a ser igual, eso estaba claro. Una sombra apareció sobre el centro de la ciudad. Una máquina gigante flotaba sobre la gente normal, que ya iba olvidándose por aquel día de los libros de contabilidad y de los fallos y de los papeles y del dinero (bueno, quizás del dinero no). Los extraterrestres habían llegado y saltaron desde la nave.
Luego de tener relaciones sexuales con varias mujeres, víctimas de la excitación provocada por alguna feromona que disparaban esos seres de otro planeta, secuestraron a una de ellas y le preguntaron "¿Dónde podemos conseguir dólares?". La mujer respondió entrecortada mientras terminaba de tener un orgasmo:
—El banco central —y señaló hacia la calle diagonal. Los extraterrestres dijeron "Gracias", porque lo habían aprendido en algún libro, pero luego la desintegraron, porque ya no les servía. Se dirigieron al banco y sacaron número.
A los minutos los llamaron y uno fue a sentarse frente a un escritorio. Del otro lado, una mujer.
—Hola. Eh, ¿en qué puedo ayudarlo? —preguntó.
—Quisiera retirar la mayor suma de dólares posible.
— ¿Tiene usted una cuenta, una caja de ahorro? —preguntó ella. El extraterrestre percibía claras micro-expresiones, tendientes al apareamiento.
—No tengo.
—Entonces no hay manera.
— ¿Tienen dólares aquí?
—Claro, es un banco.
—Entonces retiro todo lo que tengan en el edificio.
— ¡Dios! —exclamó la mujer— ¿Es esto un asalto?
—No lo sé... Si lo fuera, ¿conseguiría el dinero? Estoy dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguirlo. Nos va la vida en ello —aclaró el hombre y señaló a todos los tipos que eran iguales a él.
La mujer se emocionó con lo sugerente de la frase. Una gota de sudor le cayó por la sien. La confusión y el miedo de tener a 20 clones asaltándola eran demasiado, incluso para una fantasía sexual. El hombre no quería perder tiempo, preguntó:
— ¿Usted sabe dónde está el dinero?
—Bueno, no exactamente... —dijo ella. Descartaron a la mujer haciendo harto uso de su poder desintegrador. Iniciaron una exhaustiva inspección del lugar, destrozando paredes y asesinando gente que chillaba de terror. Finalmente dieron con el dinero y, mientras cinco de ellos iban de cuerpo ahí mismo, los otros cargaron el dinero a la nave.
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