YO, DANIEL BLAKE - COLUMNA DE CINE

La primera vez que vi “Yo, Daniel Blake” fué en el Bama, el cine arte que estaba cerca del
obelisco, un poco como escondido, ese que la entrada a las salas parecía el pasillo de hotel
clandestino. Fue  una noche muy fría en una cita, tengo hermosos recuerdos de ese cine donde
proyectaban películas que no pasaban en las salas más comerciales. El Bama cerró hace más de un
año porque no resistió la crisis económica pero ahora reabrió como Cinearte Lumiere y por el
momento funciona con salas virtuales. Me aterra pensar cuánto tiempo va a pasar para poder  volver
a ver películas en pantalla grande. Trabajo en una librería dentro de un complejo de cine y cada vez
que entro y veo los carteles de las películas que quedaron sin estrenar, las luces apagadas, siento ese
silencio de muerte que es tan oscuro para los que amamos el cine, parece escucharse la música del
amor perdido.
                Es indispensable escribir sobre Daniel Blake en este contexto (en cualquier contexto hay
que hablar de estos temas, pero parece que justo ahora vemos que en el mundo hay desigualdad,
injusticia, racismo), es la  historia de un hombre mayor que no puede seguir trabajando por una
afección cardíaca y el estado lo envuelve en una red de burocracia que lo deja sin recursos, no le
dan un subsidio porque lo califican apto para seguir trabajando pero sus médicos tampoco le
permiten volver a trabajar. Para el estado de Reino Unido, mientras pueda mover su cuerpo tiene
que volver al mercado laboral. Daniel Blake se enfrenta a lo mismo que se enfrentan millones en el
mundo, él sólo quiere ser reconocido como un ser humano por el estado, sólo quiere ser escuchado.

La película empieza con una entrevista que le realizan para el subsidio que él está
tramitando, la pantalla en negro, es un diálogo por teléfono. De esta conversación se desprende el
alma de la película porque la trabajadora social le pregunta cosas como si puede mover los brazos
para ponerse un sombrero (parece una falta de respeto, el objetivo principal de los personajes, un
poco de respeto. No limosnas ni caridad) y Daniel intenta interrumpir la conversación de su
interlocutora que habla como una máquina “… Trato de decirle que el problema es mi maldito
corazón, pero no me oye…”
                Daniel ayuda a una madre soltera con dos hijos que conoció cuando también reclamaba en
la oficina de servicios sociales, desocupada, recién llegada a la ciudad. La ayuda a reparar la casa
que el estado le dio como préstamo y se contienen mutuamente. La primera impresión es la de
pensar que el de Reino Unido es un estado presente, hasta el más pobre tiene un techo. Pero esta
historia va más allá de todo eso, el verdadero sentido está sobre “los que quedaron por fuera” con
esto me refiero a todas las trabas para los que no pueden hacer un trámite por internet, los que no
pueden terminar una carrera ni tener un trabajo, todos los que son escondidos bajo la alfombra todos
los días.
Ken Loach, el director de la película, utiliza con habilidad la cámara para mostrarnos que
Daniel es sólo uno de tantos que se ven enfrentados a lo mismo. Él es sólo uno de los que está en la
fila, de los que están en la sala de espera, sólo uno de los que recorren la ciudad buscando trabajo.
En el momento en el que avance, su lugar inmediatamente pasará a estar ocupado por otro. Pero
Loach logra que nos involucremos emocionalmente con Daniel y Katie. En ellos vemos la historia
de miles. Convierte el hecho de enfrentarse a la burocracia en la más ardua tarea a la que puede
enfrentarse una persona, porque es precisamente un proceso deshumanizante donde las personas se
ven reducidas a números y formularios.

En contraposición al mundo digitalizado, un mundo donde todos nos convertimos en unos y
ceros, en Daniel Blake sentimos y vemos la huella de la mano humana. Daniel prefiere hacer sus
curriculums a mano y entregarlos en persona, con sus manos repara la casa de Katie, con sus manos
hace los trabajos de carpintería, con sus manos abraza a su amiga cuando lo necesita. Daniel no
juzga, él comprende y ayuda cuando puede. 

El subtexto de un mundo donde se fomenta el individualismo y el sálvese quien pueda vs la
solidaridad y la comprensión, se puede ver en cada pequeña escena o diálogo del film. Se
escucharán líneas como “Usted debe esforzarse más”, “tiene que sobresalir de la multitud” en
contraposición a “no tiene ego, juega para el equipo”, “¿Por qué va a escuchar a otros si no lo
escuchan a él?”. Podría detenerme en cada una de las líneas para detallar como reflejan los
principios de la película pero creo que la que mejor lo hace es:

Todos necesitamos el viento a nuestras espaldas de vez en cuando

Para zarpar se necesita viento que empuje. Eso es todo lo que necesitan estos personajes,
algo que los impulse para adelante pero sistemáticamente esto les es negado. Este es el tipo de
historia que está hecha para enojarte, pero a veces está bien enojarse, a veces es necesario enojarse.
Por eso es indispensable ver esta película. Cuando lleguen a la mitad de la historia, la rabia los
invada y tengan ganas de golpear la pantalla como me pasó a mí. Recuerden que hay miles de
historias como esta sucediendo hoy en día, y cada una de esas historias tienen un nombre y
apellido. 
Los momentos más desgarradores de la película son los que muestran un momento de
piedad, la secuencia en el banco de comida, la escena cuando  Daniel hace el grafiti en la pared y un
hombre se saca su abrigo para dárselo (abrigo que devuelve antes de subir al coche de policía), la
intervención de la empleada que lo quiere ayudar a llenar sus formularios y tiene un problema con
su jefa por eso. Pero este guión impecable nos demuestra que la piedad no es la solución. Los
personajes no necesitan compasión ni limosnas, buscan respeto por sus derechos (no hablo del
derecho de salir a correr por capital sin barbijo en medio de una pandemia) sino de dignidad, de no
ser excluido ni un número. 
                “… Mi nombre es Daniel Blake, soy un hombre, no un perro…”
                Cuando la película termina la pantalla funde a negro y comienzan los títulos, pero la
música que acompaña esta secuencia de créditos finales tarda en empezar. Hay unos segundos de
silencio, un manto de oscuridad, de vacío, de respeto.
                “…Yo, Daniel Blake, soy un ciudadano, ni más ni menos que eso…”

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